domingo, 8 de abril de 2012

Risky Bussines

Revolotear por la casa, con los pies descalzos y mocos bungee es tan natural para mí, que resulta morboso. Por supuesto, maquillaje intenso en los ojos, labios desnudos. Toda esta preparación, que podría parecer teatral, es la antesala de una cena importante para mis padres, misma que me tiene sin cuidado, lo que me preocupa es que alguno de los invitados encuentre y esculque en mi celular ahora extraviado. 

Tal vez has de imaginar que tengo sucios secretos sexuales... ¡Nada más alejado de la realidad! Mis secretos son de tipo deshonesto: vendo droga, soborno maestros para que me den buenas notas, trafico camafeos y zapatos de mi abuela para vender a los hipstercillos (tesoros familiares vendidos antes de que la momia apestos muera legalmente), secuestro mascotas  y cobro las recompensas...

No se malentienda el que no quiera que hurguen en mis cosas, con la vergüenza. Yo no conozco eso. Soy cínica, pero por el momento debe postergarse la revelación, pues no tengo trabajo y si mis padres se enteran de mis negocios, saldré corriendo cual marrano que ve el cuchillo en manos del chicharronero.

La cita es a las ocho de la noche, corro contrarreloj y corro en el piso pues son las siete. No tengo la ventaja de la impuntualidad, los invitados son grandes de edad y como el tiempo se les acaba, son más precisos que un bisturí ¡Puta gente vieja!

Si localizo mi celular, lo primero que haré será borrar todos los mensajes comprometedores y, ahora sí, ponerle contraseña (siempre lo postergo por flojera). Siete cincuenta pm. 

-Mamá, no llores ¿Quién te manda andar de metiche? Además, esa era sólo una baratija, unos lentes viejos de la abuela... ¿Con qué dinero creías que me había comprado el sombrero nuevo?... ¡Deja de regañarme por andar siempre en calzones!... ¡Por favor no le digas a mi papá!... ¡Ya no vendo coca!... ¡Devuélveme el celulaaaaaar! 

Suena el timbre. Son las ocho en punto.


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