domingo, 31 de mayo de 2015

Herida

Si duele, déjala doler.
La piel es delicada,
la luz la hiere, el aire la estropea.
La piel es lo más frágil:
se encuentra al descubierto,
perdió en el tiempo sus corazas y vellos animales.
Déjala, que duela, que reduela,
toda herida así es superficial,
no llega al hueso,
no carcome la entraña.
Cuando sea muy profunda,
una cortada grande,
una quemada de obrero de altos hornos,
un tajo industrialmente sanguinolento,
déjala doler, que sangre,
que descargue su llanto colorado,
que abrume con su rojo,
que ahogue en sangre el grito de sangre.

Que duela a gusto.
Las más grandes heridas corporales
son, a la larga, inofensivas.
No hay heridas de muerte
y si una flecha, de lado a lado,
y por la izquierda rompe el pecho,
no hace herida profunda.

Sólo una vez el cuerpo, aquel,
el tuyo, el mío,
serán heridos, como dicen, de muerte.
Una única vez,
en una sola ocasión sólo,
serán heridos todos esos cuerpos.
Y el arma que los hiera
los destrozará gritando
con su acero o con su fuego;
la daga, el marro, el proyectil se dolerán,
ellos, no aquéllos, cuando hagan
esa única herida
en tales cuerpos.
Pero la herida, la no recuperable,
la verdadera herida,
la que no admite costuras,


no alcanzará a doler.

Eduardo Lizalde
1974

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