jueves, 19 de febrero de 2009

LA CARA SOBRE EL CUELLO


Hoy tuve el mejor orgasmo de mi vida, lástima que no estuvieras ahí...

¿Qué pasó? dónde están las ansias por devorarme? La competencia con los conejitos acabó... estás tan cansado, tan harto... Yo seguí siendo tuya años después de notar tu apatía, de tener que aguantar el deseo de ser poseída. Permanecí a tu lado aún con la esperanza de la caricia amable, quizá hasta deseando lástima... no pasaba. Sólo cuando tu deseo grosero lo requería yo refrescaba mi cuerpo con tu savia.

Más tiempo pasó, sólo mis diez dedos me recorrían, la cascada llegaba y la frustración con ella; después de correrme millones de lágrimas venían a mí, era dolorosa la soledad. Me sentía estúpida, tan fiel, tan ansiosa, tan sola…

Te confieso que al principio mis fantasías eran recurrentes: tú y yo sumidos en la humedad del amor… esos besos que llevaban al sillón, cama, comedor, patio, carro, jardín, cárcel, el cielo… siempre alcanzaba el éxtasis para hundirme luego en depresión. ¿Por qué sólo podían ser fantasías¿ ¿Por qué no querías ser prisionero en mi sexo?

Mis lágrimas arrastraron por fin esos recuerdos y los llevaron a perderse al mar. Seguí a tu lado, con el deseo adormilado, resignado a que a ti ya no te despertaba nada. Evitaba tu figura en mis noches onanísticas, mi excitación no se supeditaba más a todo lo que eras tú. Fantaseaba con nuevos cuerpos, hombres, mujeres, quimeras de sexo, olores, sabores, texturas, voces, lugares, situaciones.... Primero sentí vergüenza, te miraba y me sentía culpable. Después me excitaba imaginarte viéndome violada por otros tantos. Ver dolor en tus ojos, también un atisbo de arrepentimiento por haberme perdido era catalizador del orgasmo.

Poco a poco fuiste desapareciendo de mis motivos de humedad. Quedaste relegado al sujeto que iba cada tarde a mi casa a platicar y a darme besos. Cedía ante tu inconstante lujuria pero ya no podía ver más tu cara sobre tu cuello. Aquél que me follaba no tenía tu nombre, ni tus rasgos. Era sólo una verga sedienta de la miel de mi cuerpo, dura y henchida de pasión… tu rostro podía ser el que yo quisiera. Nunca más tú, nunca más. En cada embestida eras un nuevo personaje ¡¡¡perderte fue tan delicioso!!!

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