lunes, 29 de octubre de 2012

Rompecabezas

Empezamos con piezas de más. Llenas de colores. Hechas de azúcar. No encajaban todas al mismo tiempo, pero tampoco estorbaban. Era un paquete nuevo. Armar el rompecabezas diariamente era emocionante. Intercalábamos las piezas sobrantes con las otras. Sustituían, como dice mi hermana, "bonitamente" las piezas "correctas". Le daban color y hacían que no fuera aburrido formar la figura de los enamorados en el puente.

Dos veces perdimos la caja del rompecabezas y al hallarlo faltaban partes. La primera vez no lo notamos, porque quedaban piezas importantes. Detalles como las rosas en la mano de la chica eran reemplazados por chocolates, un oso de peluche, cartas de amor. En el joven veíamos ropa diferente, peinados varios, una bufada que deduzco ella tejió para él. El paisaje también quedaba completo, ya fuera con hojas otoñales, flores nacientes... Existía la armonía aún.

Sin embargo, la segunda vez que reapareció el rompecabezas fue muy triste. En las manos de ella no había nada, ni siquiera las manos entrelazadas de su amante. A él, por su parte, le faltaban los labios y manos para decir cosas lindas. El puente estaba roto, no podían unirse por completo. Ambos tenía un hueco en el pecho.

Estaba incompleto, pero el apego, rutina y melancolía nos impidieron botarlo a la basura, pese a no ser igual de divertido y dulce.

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